Oda a un Faro Llamado Valentina (Spanish)
He tenido la gran fortuna de que en mi vida solo he perdido a dos personas cercanas: a mi abuelito Carlos y a mí tía Valentina, la mejor amiga de mi mamá. Mi abuelo era un hombre severo y resguardado y a su vez tierno y generoso. A menudo me confundía con mi hermano cuando hablábamos por teléfono. Siempre me dio risa y nunca lo tomé contra él, pero creo que por lo mismo a la hora de su muerte me dolió más la pérdida que le implicaba a mi papá y a sus familiares, que la que me implicaba a mí, a pesar del amor que le tenía. Con mi tía Valentina fue diferente, pues ella fue una figura esencial en mi formación como persona y como escritora.
Sabia, visionaria, y sin pelos en la lengua, perderla a ella fue como perder de vista a un faro de luz que me alumbraba el camino hacia la tierra. Fue encontrarme, momentáneamente, a la deriva en el mar. Hoy entiendo que los momentos que me regaló en el poco tiempo que compartimos juntas bastaron para iluminarme el camino para toda la vida. Ese es el legado que me dejó mi tía, y el legado que dejan todos los muertos. Creo con aradura que no es necesario vivir para siempre, ni siquiera ochenta, noventa, cien años, para dejar una huella. Creo que la huella se deja desde el momento en que se crea una conexión con otra alma, ya sea con tu madre o padre, con un abuelo, hermano, primo, amigo, compañero, amante, o hasta un extraño pasajero. Creo que la luz que cada uno lleva dentro no es solo para uno mismo sino para compartirse, y es la tarea de nuestra vida hacerlo.
Por su parte, mi tía Vale me compartió su luz por primera vez por ahí entre mis 6 u 8 años de edad. Aunque no recuerdo mi edad con precisión, recuerdo claramente lo que hizo por mí y como me hizo sentir: vista. Fue tan solo un regalo de cumpleaños — dos libros infantiles: "El Principito” y “Tito Tito Capotito”, un libro de adivinanzas — pero marcó un antes y un después. Fue ahí donde nació mi amor y relación de toda la vida con la lectura. Doy por hecho que fue ella la primera (y desde entonces, de las pocas personas) en regalarme un libro. Al hacerlo me regaló la entrada a un universo desconocido, lleno de posibilidades. Me regaló la llave a mi imaginación. Es posible que yo la hubiera encontrado sola, pero agradezco que no fue así. Que fue alguien más — fue ella — quién me la entregó.
Agradezco que detrás de cada cuento que me cuento desde ese día, está ella y la conexión que tuvimos. Al recordarla, me impresiona lo viva que la siento a pesar de que físicamente no lo esta. Como atea no creo en el más allá y por ende tampoco en los fantasmas, pero me queda claro que su luz, su energía, sigue aquí, tan potente como un faro, alumbrando el camino — no solo mío, sino también el de mi mamá, el de su hija, y el de todos aquellos que tuvieron el privilegio de cruzarse en la vida con la deslumbrante Valentina.